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¿Con ese flacuchento es que vamos a tumbar a Oñate y a los Zuleta?

(Izquierda) Emilio Oviedo y Rafael Orozco. (Derecha) Rafael Orozco cantando en Bogotá, antes de su primera grabación con Emilio Oviedo, que se tituló ‘Adelante’, y que contiene el éxito ‘Cariñito de mi vida’. La historia detrás de la entrevista mas famosa del Cacique Diomedes Díaz

El compositor momposino Antonio del Villar no podía creer lo que el arrogante ejecutivo de Codiscos le estaba diciendo. Acababa de presentarle a un joven cantante de veinte años, que, acompañado de acordeón, caja, guacharaca y un corista, había cantado tres canciones.

Uno de los temas interpretados con voz diáfana y brillante era Cariñito de mi vida, de la autoría de un desconocido llamado Diomedes Díaz.

Era nadie menos que Rafael José Orozco Maestre, un melenudo soñador que se había dejado contagiar por el espíritu aventurero del acordeonista Emilio Oviedo Corrales, y con sus maletas llenas de ilusiones habían llegado a la fría capital buscando una oportunidad para grabar. Les acompañaban el cajero Augusto Guerra, Guerrita; el guacharaquero Juan López, Maduro y el corista Daniel Parodi.

Le ‘habían caído sin avisar’ al apartamento de Antonio, buscando posada porque no tenían con qué pagar el hospedaje en ningún hotel y les tocó dormir en el gélido suelo bogotano, apenas protegidos por unas cobijas de lana que Del Villar les facilitó. Lorenzo Morales regresó a su tierra Guacoche



Corría el mes de julio de 1974. Se habían conocido en abril de ese año en pleno Festival Vallenato cuando el compositor Alonso Fernández Oñate, entonces Secretario de Gobierno del departamento del Cesar, llevó a Antonio a casa de Oviedo en el barrio Sicarare para que evaluara a Emilio y Rafael, a quienes Fernández consideraba lo suficientemente buenos como para grabarles una producción.

«Quedé impresionado con la brillantez de su voz, dice Del Villar, ahora dedicado a su ministerio musical evangélico Mi amado Jesús, en Bogotá.

Lo visioné como una alternativa seria frente a las voces que dominaban el mercado de la música vallenata. No tenía el vozarrón de Jorge Oñate ni el timbre de Poncho Zuleta, pero había algo en él que encantaba, además de que estaba muy acoplado con el acordeón de Oviedo, quien para entonces ya era un veterano. El Gran Martín Elías, un amigo sin límites.

Yo había llegado a Valledupar enviado por Codiscos a negociar canciones inéditas de compositores vallenatos y guajiros para Prodemus, la editora de la compañía. No fui a buscar cantantes ni acordeonistas, pero ante la insistencia de Alonso Fernández, acepté hacerles una audición. Allí le di a Emilio la dirección de mi apartamento en Bogotá y les prometí que gestionaría una grabación con la empresa disquera». ¿Quién era Enrique Coronado? – Historia de la canción ‘virgen del Carmen’.

Desde San Andrés Islas, donde se encuentra de vacaciones con su esposa Laudith celebrando sus 69 años de nacido, cumplidos el 30 de mayo, Emilio Oviedo corrobora la historia de Del Villar.

Me robaron el acordeón

«Antonio nos felicitó y nos prometió ayudarnos a conseguir una grabación. En el mes de julio de ese año se nos presentó la oportunidad de viajar a Honda, Tolima, invitados por dos amigos, primos entre sí y homónimos, Armando Pimienta Córdoba y Armando Pimienta Cotes, para tocar en el cumpleaños de la novia de uno de ellos. Nos fuimos en avión hasta Bogotá y de ahí por tierra hacia Honda.

Recuerdo que paramos para almorzar en Guaduas, y mientras lo hacíamos me robaron de la camioneta el acordeón que me habían prestado en la Casa de la Cultura de Valledupar. Todos estábamos indignados menos Rafael, que siempre se burlaba de esas situaciones y empezó a mamarme gallo. Historia de la famosa canción «Todo de cabeza» de Kaleth Morales.

Mi reacción fue darle cocotazos y amenazarlo con que lo iba a echar del conjunto y lo iba a devolver en un camión. De la risa pasó al llanto pidiendo perdón, pero lo volví a cocotear y lo seguí regañando diciéndole que me respetara, que yo era 11 años mayor que él.

En verdad yo no pensaba dejarlo tirado, continúa recordando Emilio, solo quería darle una lección, así que seguí regañándolo.

Decidimos continuar el viaje con la esperanza de conseguir un acordeón prestado en Honda, cosa poco probable porque en esa época no había conjuntos vallenatos en el interior del país. Pero contamos con suerte y hallamos uno.

Empezamos a tocar, pero yo era el único que cantaba. Rafael me miraba con ojos llorosos suplicando que le diera un chance, pero yo no daba mi brazo a torcer. Hasta que cedí a sus ruegos y empecé a tocar Cariñito de mi vida. «Martín Elías fue el mejor regalo que Diomedes me dejó».

Esa fue la manera de hacerle saber que estaba perdonada su falta porque él era el único que se sabía la canción, que un año atrás le había dado Diomedes Díaz para que participara en un festival que se realizó en el Colegio Nacional Loperena, en el que salió ganador.

Cuando regresábamos a Bogotá me acordé de la promesa de Antonio del Villar y le caímos a su apartamento para que nos alojara mientras gestionábamos alguna grabación. Como era un lugar tan pequeño, nos tocó acomodarnos en la sala, durmiendo en el suelo, pero cuando uno tiene fe en lo que hace, esas cosas no le importan. Por el contrario, lo motivan más para seguir buscando las metas. Recuerdo que Antonio salió temprano al día siguiente y regresó con varias libras de mondongo, yuca, plátano y verduras, y entre todos nos pusimos a preparar el almuerzo».

El mondongo se encogió. «Pusimos todos los ingredientes en una olla de presión y nos dispusimos a esperar», cuenta Del Villar.

Mientras tanto le hicimos un repaso a las canciones que le presentaríamos a las 2 de la tarde al ejecutivo de Codiscos. Cuando la olla pitó y la destapé, Oviedo quedó perplejo al ver la sopa, y solo atinó a decir: Toño,…el mondongo se encogió,…esa vaina no va a alcanzar para todos,…no se ven las presas… tocará apretar con bastante arroz. Así lo hicimos, y justo cuando terminábamos llegó nuestro flamante invitado, quien de entrada puso mala cara al ver el aspecto de Rafael, que tenía el cabello bastante largo y embadurnado de brillantina. Usaba una camisa de colorines y un pantalón bota ancha sostenido por una correa de hebilla metálica muy grande.

A diferencia de Oviedo y los demás miembros del conjunto, Orozco se veía no solo desaliñado sino estrafalario, además de que se dejaba el bigote y una barbita de chivo que no le favorecían nada.

El conjunto se ubicó en el patio y allí empezaron a tocar. Cuando terminamos la tercera canción, Cariñito de mi vida, el disquero paisa me tomó del brazo y me llevó hacia adentro. Una vez allí, me dijo: –Hombre, Toño,…¿vos qué pensás de la vida?,…¿vos sos sordo o qué?, gran pendejo…¿con ese langaruto flacuchento, que parece un espantapájaros es que vamos a tumbar a Jorge Oñate y a los Hermanos Zuleta?

Y con las mismas se fue sin siquiera despedirse de los artistas en quienes había puesto todas mis esperanzas como productor. A raíz de eso, llamé al doctor Álvaro Arango, gerente general de Codiscos, y le hablé de las cualidades de Oviedo y Orozco, expresándole mi malestar por el trato desobligante que me había dado su ejecutivo de Bogotá.

Como no obtuve respuesta y mucho menos algún respaldo, envié una carta de protesta y me desvinculé de la empresa. A los pocos días me fui a Cuba a una gira con Arnulfo Briceño, Eliana y otros artistas de la llamada música protesta, pero antes hice contacto con Santander Díaz, el compositor costeño y entonces productor de la disquera CBS, que estaba cosechando grandes éxitos con Claudia de Colombia, pero, aunque expresó muy buenas opiniones sobre Rafael y Emilio, nos dijo que en esos momentos no necesitaban más artistas vallenatos ya que estaban dominando el mercado con Jorge Oñate y los Hermanos López y los Hermanos Zuleta.

Al regresar a Colombia, unos meses después, me encuentro con la sorpresa de que los vallenatos de moda eran Rafael Orozco y Emilio Oviedo. Y me quedé con la frustración de ser su primer productor pero con la satisfacción de ser quien primero creyó en ellos y les gestionó una grabación”. Las 38 familias que dependían del gran Martín Elías.

La papa más sabrosa que me he comido la saqué de la
basura. “En medio de la frustración, y apenado con nosotros, Antonio del Villar nos llevó al CPB, Círculo de Periodistas de Bogotá, y nos presentó con su presidente, Félix Marín Mejía, gran amigo de él, recuerda Oviedo.

Le dijo que nos dejara tocar por un precio bajo, pero no tenían presupuesto y lo único que conseguimos fue que nos dieran una cena para cada uno a cambio de una tanda de canciones.

Así estuvimos durante una semana, sobreviviendo con una sola comida diaria. Uno de esos días íbamos por una calle del centro, como a las dos de la tarde y de pronto vi en una caneca de basura una papa cocida grandísima, como nunca la había visto.

Me pareció increíble que la hubieran botado. La saqué con mucho cuidado, la limpié y la olí. Comprobé que estaba bien y la devoramos entre Rafa, Guerrita, López, Parodi y yo. Nunca más he comido una papa tan sabrosa. Es que el hambre es cosa seria, mi hermano”. ¡Toquen, toquen… pa’ que salgan en la televisión!.

“Al día siguiente íbamos con Antonio a ver si conseguíamos un contrato en la taberna de un amigo suyo. De pronto nos vimos en medio de un desfile de reinas y actores de la televisión y él nos dijo: eso es por la inauguración de la Feria Internacional, lo están transmitiendo,…vean las cámaras……toquen, toquen pa’ que los enfoquen.

Enseguida sacamos los instrumentos y nos pusimos a tocar en plena calle. Así fue como salimos por primera vez en la televisión sin siquiera estar buscándolo. Solo aguantamos 8 días en Bogotá y nos regresamos a Valledupar. A los pocos días apareció en mi casa Álvaro Arango, a quien El Turco Gil le había dado mi dirección. Allí arreglamos la grabación del primer disco por $4.500 para Rafa y para mí, es decir, $2.250 para cada uno.

De allí salió el exitazo Cariñito de mi vida. Fue tan grande el suceso que, sin pedirlo nosotros, nos hicieron un contrato con sueldo mensual de $10 mil pesos. En ese mismo viaje a Medellín le hice la primera producción, con mi conjunto, a Diomedes Díaz, a quien recomendé para grabar con Náfer Durán, rey vallenato de ese año, que ya estaba firmado por Codiscos pero no tenía cantante. Lo demás es historia patria”, concluye Oviedo.

Por Juan Carlos Rueda Gómez
Especial para EL HERALDO

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