El Gran Martín Elías, un amigo sin límites

¡El Gran Martín Elías, un amigo sin límites!

Hace 13 años recibí una llamada; mi gran amigo Cristian Rodríguez me contaba con aquellas palabras: “Tengo un pollo, manito, que es el tigre para los versos”. A lo que le respondí: “Pásamelo para desmigajarlo”. Apenas escuché la voz de mi contendor supe que no era un gallo de los que estaba acostumbrado a derrotar en mis tertulias universitarias, en las que mi amigo Cristian se maravillaba al verme contar chistes y cantar versos con los que le ganaba a mis rivales de turno. Su voz era la de un niño que entre sonrisas y nerviosismo me versó lo siguiente: “En ese bonito día, de manera singular, díganle a Jairo Aguilar que aquí está Martín Elías”. Y yo le respondí: “No se te vaya olvidar, lo digo con alegría, si ahí está Martín Elías, aquí está Jairo Aguilar”, y soltó esa carcajada tan particular en él, abriéndose paso a una bonita amistad que con el transcurso de los años se fortaleció. El drástico cambio físico de Dayana Jaimes después de la muerte de Martín Elías.

Luego de ese particular encuentro telefónico, Martín y yo nos vimos por primera vez en el apartamento de mis amigos Rafael y Cristian Rodríguez en Bogotá; allí me habló de sus sueños musicales, anhelos de su corazón y de lo que todo el mundo acostumbraba a preguntar: su relación con el gran Diomedes Díaz, su padre. Para ese entonces, él todavía no iniciaba proyectos como solista; había grabado varios temas con la agrupación de su tío, Elver Díaz, llamada ‘La Familia de Diomedes’, pero su deseo era iniciar una carrera sólida y con muchos éxitos para seguir el legado de su padre. Me sorprendió que con solo 13 años tuviera la suficiente madurez como para saber qué era lo que quería en la vida; había algo en él muy especial que sin duda lo llevaría muy lejos: su humildad. Buscaba el apoyo de personas que creyeran en su proyección musical, a lo que fue capaz de manifestarme que esperaba contar conmigo y mis amigos, a lo que atiné a decirle: “Cuenta con eso”, y así fue como creí en él desde sus inicios musicales. Rolando responde fuertemente a quienes dicen que Elder ‘no le da la talla’.

La primera vez que Martín se presentó en mi ciudad natal, Riohacha, ya lo acompañaba su compañero de fórmula musical, Rolando Ochoa. Recibí una llamada ese día a eso de las 6 de la tarde, la persona que para ese entonces asistía a Martín en sus presentaciones, era su amigo y hermano Juan Vallejo, quien me dijo: “Hoy tenemos presentación en el Hotel Gimaura, y te manda a decir Martín que si nos puedes acompañar”. Él cobraba, para la época, dos millones de pesos que a duras penas alcanzaban para pagarles a los músicos y el transporte. Recuerdo su primer saludo en tarima ese día: “Oye, Jairo Aguilar, mi hermano”; desde entonces, este era un saludo de amistad que nunca faltaba en sus presentaciones donde yo asistía.



Al terminar la presentación, Martín me envía a Rafael Rico ‘El Pichón’, otro de sus grandes amigos, para que le dijera dónde vendían unas hamburguesas buenas, con el fin de que yo los invitara. Para ese entonces, yo era un estudiante universitario que estaba de vacaciones de mitad de año visitando a mi familia en la ciudad; a duras penas me transportaba en un viejo Renault 9 que tenía mi padre, siempre con la gasolina en reserva y sin un peso en el bolsillo. Para no pasar pena, le dije que “de una”. Los cuatro, Martín, Juan, ‘Pichón’ y yo, nos montamos en el auto; cuando íbamos llegando al sitio donde vendían las mejores hamburguesas de Riohacha, le dije a Martín: “Hermano, te tengo que confesar algo. Yo no tengo ni un peso en el bolsillo, pero en mi casa hay unos plátanos con queso que están muy buenos”; todos en el carro soltaron la carcajada y él atinó a decirme: “Ombe, si eso es lo que yo quería”.

Yo mismo le pangué los guineos, rayé el queso y le di café con leche; al ver mi esfuerzo volvió a decirme: “Como ese matrimonio no hay”. Por eso, puedo decir que él reunía todos los requisitos para ser grande, como persona y artista: noble, sencillo, amoroso, carismático y talentoso; lo que permitió que, con los años, la batalla cultural —como él le llamaba— se fortaleciera; así que el movimiento que hoy se conoce como el ‘Martinismo’ fue despertando. En Riohacha, fueron muchos de mis amigos los que se unieron, de igual manera, en Santa Marta, donde hacía mis estudios de Derecho. Entonces, iniciamos una bonita familia en la que todos sus seguidores eran mis hermanos; pude conocer a su mamá, su papá y a la mayoría de su familia, a los que consideraba un pilar fundamental en su carrera y su vida. En la parte amorosa, puedo decir que conocí las dos mujeres que lo marcaron: Caya, a quien conoció en sus primeras presentaciones en la ciudad de Cúcuta —donde era invitado por el señor Rafael Rodríguez, padre de mis amigos—, y a Dayana Jaimes, que conoció en Valledupar; en sus dos uniones maritales tuve la dicha de acompañarlo. La emotiva carta que escribió Dayana Jaimes al cumplirse tres meses del fallecimiento su amor.

Cuando su nombre se comenzaba a escuchar a nivel nacional, nuestros sitios de encuentro eran en la cabaña de Julio García en Santa Marta. Allá vivíamos tardes de tertulias con mi amigo Alfredo Pertuz, y con las ocurrencias de Martín que siempre quería preparar su menú especial: el arroz de salchicha. De esas bellas anécdotas que contábamos al reunirnos, la que más le gustaba que le recordara a él era la de aquel día que me invitó a Valledupar, cuando aún no grababa su primer CD; recuerdo haber ido con Martín al barrio Primero de Mayo, no había más de 20 personas en la presentación. Al bajar de la tarima, nos montamos en el Hyundai Accent de ‘Patri’, su mamá, que se lo había prestado para ese día; solo fue ingresar al carro para que él rompiera en llanto por la poca asistencia al evento. Entonces, le dije que se estuviera tranquilo, porque los corazones nobles y humildes estaban destinados a triunfar, y que no iba a ver K-Z o coliseos en Colombia que él no llenara. Para olvidar las penas, ese día nos fuimos a tomar.

Después de llenar el Parque de la Leyenda Vallenata en la presentación de su CD ‘Imparable’, tuve la dicha de ver cumplidas esas palabras, así que lo miré a los ojos y le expresé: “¿Recuerdas que te lo dije?”. Entre lágrimas nos dimos un abrazo; ya Martín era, sin duda, un grande. El pasado 14 de abril, cuando pedaleaba entre San Juan del Cesar y La Junta, recibí la fatal noticia de que mi hermano había sufrido un accidente, con el paso de las horas su vida dejó de existir. Su despedida fue bastante emotiva; entre cantos y versos, mi hermano partió a la eternidad. Hoy, a meses de su partida, lo seguimos recordando, extrañando, y así como lleva por título su último CD, mi amistad, amor y respeto por Martin serán ‘Sin límites’. Te quiero ‘Marto’, por siempre.

Cortesía: Jairo Aguilar Deluque

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